Cada mes, el Museo de Historia Natural de Valparaíso destaca uno de los tantos elementos resguardados en sus depósitos. En esta oportunidad y dada su importancia, se decidió exhibir el jarro con cabeza antropomorfa, un contenedor de la cultura Inca-Diaguita que data del siglo XV.
En Chile, la consolidación de la cultura diaguita ocurre aproximadamente en el siglo XI y sus “rasgos distintivos han sido apreciados desde comienzos del siglo a través de la cerámica” (Ampuero y Paredes, 1991, p.25). Esto se debe principalmente a que fueron años de perfeccionamiento que se remontan a sus predecesores de la cultura El Molle y posteriormente Las Ánimas. Sin embargo, la expansión incaica significaría un cambio en sus confecciones.
Según información histórica, la expansión iniciada por Topa Inca Yupanqui que terminó por imponer la administración incaica hasta el valle Aconcagua en 1470, provocó que los diaguitas vivieran un proceso de mestizaje y de adopción de nuevas técnicas. La arqueóloga del Centro de Documentación de Bienes Patrimoniales, Iris Moya, afirmó que esto se confirma “en la forma en que los patrones formales y decorativos de la cerámica y otros objetos cambiaron, adoptando una estética inspirada en los objetos que venían de la capital del imperio”.
Los diaguitas ya conocían desde mucho antes el modelado de arcilla en cerámica con que fue alisado y pulido el jarro con cabeza antropomorfa destacado por el Museo. Según los registros, dicha pieza mide 22.5 centímetros de alto, posee los ojos y la nariz de la parte superior en relieve, y los rasgos faciales están delineados de un color marrón oscuro.
Si bien la cabeza antropomorfa del contenedor corresponde a una figura utilizada con anterioridad, “en este objeto existe una fusión de estilos que es clave en el período”, indicó Moya. Los patrones geométricos y la decoración empleada hacen referencia a las técnicas utilizadas por los incas, un sincretismo que no le resta valor al uso de esta pieza.
Existe la posibilidad de que el jarro haya servido más para rituales que para la vida cotidiana en términos utilitarios. Según Moya, “eso puede observarse en la carencia de huellas de uso en la base y en los bordes. Son altas las probabilidades de que haya sido elaborado sólo para usar en ocasiones especiales, como reuniones o festividades y luego puesto en un contexto fúnebre”.
Como indican los textos arqueológicos que tratan sobre esta cultura, muchas piezas han sido encontradas en cementerios indígenas en el norte del país, lo que comprueba cómo en los funerales se sepultaban a las personas con lo que podrían ser sus pertenencias. Así también lo confirma Yovana Paredes, diaguita proveniente de la provincia del Huasco, Región de Atacama, que ha presenciado la existencia de numerosas sepulturas con este tipo de piezas.
Muchos descendientes de la cultura diaguita, uno de los nueve pueblos indígenas considerados por la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (CONADI), continúan viviendo en los territorios de sus antepasados. De ahí que el conocimiento, rescate y difusión de las técnicas empleadas signifique un paso importante a la hora de vislumbrar más de la historia de su pueblo y darlo a conocer a quienes todavía no estén al tanto.
La necesidad de rescate es indispensable, no obstante, Paredes afirmó que “lo malo es que nosotros como pueblo diaguita no tenemos una real conservación de los sitios arqueológicos que se han encontrado a propósito de todas las construcciones que se han hecho”. La falta de recursos se sumaría a las causas que impedirían una real protección de su territorio, su historia y lo que consideran un aspecto fundamental de su vida.
Por lo mismo, parte del pasado diaguita perdura hasta hoy debido a la extracción de piezas como el jarro con cabeza antropomorfa, las que no se encuentran en su lugar de origen, pero han podido tener los cuidados necesarios para mantenerse en buenas condiciones. A pesar de todo, estos objetos no significarían nada sin las voces que, como Yovana Paredes, relatan su importancia y dan cuenta de una cosmovisión desconocida para muchos.
En el pueblo diaguita hay un contacto especial con la naturaleza que influye en la forma de pensar y en el desarrollo de sus técnicas. Existe “una conexión distinta con la tierra, con la luna, con el sol (…) con las cosas pequeñas que te van dictando como tú tienes que seguir tu vida. Por ejemplo, cuándo tienes que cosechar, cuándo tienes que sembrar, cuándo va a llover o cuándo va a temblar”, indicó Paredes. Sensaciones únicas que dan un significado más amplio a los objetos que se han ido encontrando y que utilizaron en algún momento sus abuelos y abuelas.
El jarro destacado por el Museo es parte de la donación hecha por el arqueólogo Juan Lodwig en 1921, la que se compone principalmente por cerámica, huesos, objetos de piedra y metales de distintas culturas del norte del país. Según información de las colección del Museo disponible en el Centro de Documentación Patrimonial, éstas “provienen de excavaciones realizadas en la segunda mitad del Siglo XIX en la zona noroeste de Caldera, en sitios arqueológicos fúnebres que no han vuelto a ser investigados con posterioridad ni con los métodos actuales”. Lo que confirma que existe todavía una deuda pendiente en dichos territorios, antecedentes que la pieza destacada por el Museo pretende recordar.
Bibliografía recomendada
Ampuero, Gonzalo y Paredes, Rafael (1991) Diaguitas: Pueblos del Norte Verde. Museo Chileno de Arte Precolombino. 2da edición, Santiago.
Disponible en: http://www.precolombino.cl/biblioteca/diaguitas-pueblos-del-norte/