Durante todo marzo se exhibirán 26 artesanías en miniatura pertenecientes a la colección de las Monjas Clarisas, las que miden desde los 1,15 cm hasta 5,7 cm. Son piezas completamente diminutas que llaman la atención por sus detalles, decoración e historia.
Las artesanías fueron elaboradas en el Convento Monjas Clarisas, la orden femenina más antigua de Chile. Ahí es donde emerge la base de la cerámica pintada en el país, piezas que se caracterizaban por su influencia morisca y por reproducir los bellos jarros persas que en su momento adornaron diversas iglesias en España (Lago, 1971, 94).
Pero además de su diseño e influencias, éstos se destacan por el aroma que poseen, particularidad que ha intrigado por años a los investigadores debido al desconocimiento de su receta de confección original. Por lo mismo, dichos objetos poseen un gran valor patrimonial que el Museo se ha encargado de preservar y cuidar.
Según el sitio de Memoria Chilena, estas cerámicas eran normalmente regalados a “parientes y a los benefactores del convento, pero también las obtuvieron familias ajenas a las obras filantrópicas gracias a la gran valía que obtuvieron sus piezas durante el periodo colonial”.
Hasta el momento no se ha logrado encontrar la documentación que indique la forma de adquisición o fecha de ingreso al Museo, sin embargo, se estima se deben haber sumado a la amplia colección del MHNV antes de 1960.
Una técnica desaparecida
Bien se sabe que estas bellas miniaturas se elaboraron en base a arcilla, arena fina y caolín, material en las que realizaron decoraciones florales y diseños de pájaros. Sin embargo, lo que más caracteriza a dichos objetos es el perfume particular que posee.
Fue durante el siglo XVII y comienzos del siglo XIX cuando las monjas reclusas en el convento dedicaron su tiempo a confeccionar estas cerámicas. Las piezas de loza tienen un perfume producto de la precisa receta de preparación que hay detrás de cada confección.
Lamentablemente, el conocimiento de la técnica utilizada para la confección de estos objetos desapareció en 1898, año en que falleció la última ejecutante Sor María del Carmen de la Encarnación Jofré.
No obstante, algunos de los secretos de la confección de cerámica policromada y perfumada pudo perdurar gracias a la labor de Antonia de Calderón, antigua empleada del Monasterio Clarisas de Alameda. Ella “empezó a innovar en algunos aspectos; además de las figuras clásicas (…) doña Antonina se dedicó a reproducir tipos populares” (Bichon, 1947, 32).
Las técnicas fueron difundiéndose, no sin cambios, a través de la enseñanza que de Calderón le brindó a Margarita Gutiérrez. Ésta última enseñó la receta a sus hermanas y fue la menor, Sara Gutiérrez, quien continuó con la confección de estas bellas cerámicas, pero agregando nuevas figuras decorativas inspiradas en las costumbres nacionales de la época. Gracias a esto, parte de la técnica de las monjas clarisas pudo ser rescatada.
Las monjas Clarisas en Chile
El origen de este tipo de piezas en Chile se remonta al trabajo femenino realizado desde la colonia hasta finales del siglo XIX en el monasterio de monjas de Santa Clara con su rama de Nuestra Señora de La Victoria (Lago, 1971, 93).
Antes de su instalación definitiva en Santiago, las religiosas tuvieron que sortear ciertas dificultades desde la fundación del convento de tercera orden en Osorno en 1571. Luego de que los indígenas fueron recuperando paulatinamente el que era parte de su territorio, las monjas tuvieron emigrar desde Osorno y viajar a Castro, Chiloé, donde la falta de alimento fue un tema.
Posteriormente en un viaje con destino a Valparaíso su barco naufragó, alcanzando a llegar sólo hasta Concepción. “Según algunos historiadores, las religiosas arribaron a Santiago en diciembre de 1603 y según otros en 1604” (Bichon, 1947, 8). Desde ese momento, dejaron de llamarse Santa Isabel y pasaron a nombrarse por Santa Clara, de donde se desprende la rama de las Clarisas.
Con la ayuda monetaria proveniente desde España y Perú, las monjas lograron instalarse hasta 1913 en el Antiguo Monasterio de Santa Clara, ubicado en lo que hoy es la Biblioteca Nacional, el Archivo Nacional y el Museo Histórico. Posteriormente se trasladarían a un nuevo monasterio “que les fue (sic) construido en la calle de Lillo y que existe hasta el presente” (Bichon, 1947, 10).
En 1945 tras solicitud del Museo Histórico, Sor Beatriz del Divino Corazón, perteneciente al monasterio de la Calle Lillo, afirmó en una carta que el trabajo realizado en la cerámica se remonta a “los años de 1604 más o menos, y tiene su origen la receta en España. Era una industria propia de las mujeres moras, llevada a España en los tiempos en que ésta estuvo bajo la invasión morisca, y de ellas la aprendieron las mujeres españolas de las cuales vinieron muchas a Chile con los conquistadores, haciéndose varias de ellas religiosas clarisas (…) El trabajo de la cerámica no se hacía ya al trasladarse las religiosas al nuevo Convento de calle Lillo” (pp. 25-26).
Era en esa congregación de reclusas donde las familias eran educadas, tanto en principios religioso como en distintos oficios relacionado con la repostería, el bordad y la decoración de objetos en articular (Lago, 1971, 94). Sin duda, bajo esa enseñanza se pudo difundir el conocimiento de la técnica de elaboración de estas diminutas piezas.
Si bien se desconoce la procedencia de las cerámicas que posee el Museo, dada su importancia y antigüedad éstas serán exhibidas durante todo el mes de marzo para que los visitantes puedan apreciar sus detalles y decoración de estas llamativas confecciones.
Información complementaria en:
Memoria Chilena
Bichon, María (1947) Entorno a la cerámica de las monjas. Imprenta Universitaria, Santiago de Chile.
Museo Histórico Nacional. Colección cerámicas de las monjas de Santa Clara, ver en: Artes Populares y Artesanías.
Lago, Tomás (1971) Arte Popular Chileno. Universitaria, Santiago de Chile.